miércoles, 13 de marzo de 2013

PEQUEÑOS LABERINTOS MASCULINOS DE GUILLERMO ARRÓNIZ LÓPEZ



Sexo y muerte, tal como leemos en su contraportada, son las dos palabras que definen la esencia de este conjunto de relatos escritos por Guillermo Arróniz y que llevan por título Pequeños Laberintos Masculinos.
 Yo diría que en cada una de sus páginas se esconde, o podríamos decir clarea, mucho más, y que esa sensación de bienestar, de comodidad, que te produce cualquier lectura placentera,  va in crescendo a medida que te adentras en sus rincones, en sus espacios, en sus historias, no exentas de interés artístico en sus narraciones y descripciones, no exentas de curiosidad en datos históricos ni en la calidad de sus relaciones humanas.  Un paseo por las calles del mundo y por los siglos de la humanidad cuando el autor nos lleva por los lugares más emblemáticos del  Madrid de siempre, por los verdes campos de la costa inglesa, por la mítica Viena imperial de Sissi y Francisco José o por las lujosas e inmortales  cortes italianas de Isabella d’Este o Lucrecia Borgia. Todo un mundo de nombres, circunstancias, lugares y personajes atemporales y universales de la más diversa índole.
Y junto a este universo de cultura inherente a una personalidad viajera y dedicada al estudio, tal es la de su autor, la otra cara de los relatos nos conduce a una cadena de escenas y sentimientos de la más pura vida cotidiana. Y si de sexo se trata, desde aquellas que representan el contacto más efímero y puntual hasta las que derrochan el amor más puro y sustancioso. Ternura, pasión, enamoramiento en un imperio homosexual. El  retrato más perfecto del mundo exterior e interior del personaje conseguido a través de una simple mirada, la del protagonista de Perdido en el Paraíso. La carta más reflexiva, sincera y autocrítica de cuantas hayamos podido leer, la del impresionante Andrew de La almendra amarga. La muy emotiva y bella escena final de Maese Paolo, cuando atardecía sobre el mar, ese desierto rojizo, en palabras del propio autor, y Maese Paolo recuerda el rostro de Lorenzo, que se grabó en el disco que se ocultaba tras las aguas, y el maestro lloraba, lloraba, y una vez y otra probó el salado sabor de sus propias lágrimas. Una emoción y una sensibilidad extraordinaria se desprenden de este párrafo maravilloso, sin duda alguna, mi favorito. Y si en mi memoria he de guardar  alguna mágica realidad, sin duda, será aquella de Santiago y la búsqueda en “Su piel olía a madera y a lluvia”.
 Por todo esto y  ese mucho más que cada lector interpreta, busca y encuentra en cada uno de los momentos de su innegable unión a las páginas de un libro, en el sublime acto de la lectura, es por lo que cada día avanzamos un paso en el camino hacia nuestra libertad.

                    ¡GRACIAS Y FELICITACIONES, GUILLERMO!


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