Sexo
y muerte, tal como leemos en su contraportada, son las dos palabras que definen
la esencia de este conjunto de relatos escritos por Guillermo Arróniz y que
llevan por título Pequeños Laberintos
Masculinos.
Yo diría que en cada
una de sus páginas se esconde, o podríamos decir clarea, mucho más, y que esa
sensación de bienestar, de comodidad, que te produce cualquier lectura
placentera, va in crescendo a medida que
te adentras en sus rincones, en sus espacios, en sus historias, no exentas de
interés artístico en sus narraciones y descripciones, no exentas de curiosidad
en datos históricos ni en la calidad de sus relaciones humanas. Un
paseo por las calles del mundo y por los siglos de la humanidad cuando el autor
nos lleva por los lugares más emblemáticos del
Madrid de siempre, por los verdes campos de la costa inglesa, por la
mítica Viena imperial de Sissi y Francisco José o por las lujosas e
inmortales cortes italianas de Isabella
d’Este o Lucrecia Borgia. Todo un mundo de nombres, circunstancias, lugares y
personajes atemporales y universales de la más diversa índole.
Y
junto a este universo de cultura inherente a una personalidad viajera y
dedicada al estudio, tal es la de su autor, la otra cara de los relatos nos
conduce a una cadena de escenas y sentimientos de la más pura vida cotidiana. Y
si de sexo se trata, desde aquellas que representan el contacto más efímero y
puntual hasta las que derrochan el amor más puro y sustancioso. Ternura,
pasión, enamoramiento en un imperio homosexual. El retrato más perfecto del mundo exterior e
interior del personaje conseguido a través de una simple mirada, la del
protagonista de Perdido en el Paraíso. La
carta más reflexiva, sincera y autocrítica de cuantas hayamos podido leer, la
del impresionante Andrew de La almendra
amarga. La muy emotiva y bella escena final de Maese Paolo, cuando atardecía
sobre el mar, ese desierto rojizo,
en palabras del propio autor, y Maese Paolo recuerda el rostro de Lorenzo, que se grabó en el disco que se ocultaba
tras las aguas, y el maestro lloraba, lloraba, y una vez y otra probó el salado sabor de sus propias
lágrimas. Una emoción y una sensibilidad extraordinaria se desprenden de
este párrafo maravilloso, sin duda alguna, mi favorito. Y si en mi memoria he
de guardar alguna mágica realidad, sin
duda, será aquella de Santiago y la
búsqueda en “Su piel olía a madera y a lluvia”.
Por todo esto y ese mucho más que cada lector interpreta,
busca y encuentra en cada uno de los momentos de su innegable unión a las
páginas de un libro, en el sublime acto de la lectura, es por lo que cada día
avanzamos un paso en el camino hacia nuestra libertad.
¡GRACIAS Y FELICITACIONES,
GUILLERMO!
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