Durante el
cautiverio en Argel el bey Azán le perdonó la vida maravillado ante aquel
cristiano audaz. Así habló Cervantes a los que querían ayudarle: “Volveos
tranquilo, que ningún tormento, ni la muerte misma será bastante para que yo
descubra a ninguno; y decid a los demás que desechen el miedo, porque tomo yo
sobre mí todo el peso de este negocio, aunque tengo cierto de morir por ello”.
No se descarta, que el Quijote
fuera bosquejado en aquellos días de angustia y soledad en Argel, como afirma
Cervantes en el prólogo de su obra: “Se engendró en una cárcel donde toda
incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido tiene su habitación”.
Muchas
personalidades importantes de la ciudad declararon en su favor “que
fue un modelo de conducta ejemplar y caridad sin límites en pro de sus hermanos
los españoles, de quienes, dicen, fue padre y madre”.
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