miércoles, 30 de marzo de 2016

lunes, 28 de marzo de 2016

En el Pantano,
mis sentidos atesoran la belleza,
los olores, la inmensa quietud del silencio,
la suave brisa que besa mis mejillas,
la esencia sublime de un universo que escapa a nuestras manos.
Texto y fotos de Ana Herrera

miércoles, 23 de marzo de 2016

martes, 22 de marzo de 2016

¡BELLA LIBERTAD!


domingo, 20 de marzo de 2016

jueves, 17 de marzo de 2016

viernes, 11 de marzo de 2016

Aquella tarde salió de su casa y bajó la calle sin prisas, como alguien a quien le gusta caminar disfrutando de la luz, del aire, de la gente. Él venía en sentido contrario. Al cruzarse, se miraron largamente, en silencio, y se dirigieron una amplia sonrisa. Aunque no pronunciaron palabra, se lo dijeron todo en aquellos cortos segundos.
Ana Herrera
Se sentaba en la silla en mitad del patio y peinaba su pelo largo, oscuro como las más profundas aguas del océano. Después mecía sus sueños infantiles sobre el columpio de la vieja higuera del jardín. Cuando se rompió aquella primera amistad de la adolescencia, una lanza amarga se clavó con fuerza en su alma de violeta. Más la vida siguió, entre alegres carcajadas y llantos quebradizos, como avanza el torrente ladera abajo entre las piedras y los matojos del monte más soberbio, y ella sabía que algún día llegaría ese amor que la llevaría más allá del cielo y de la tierra.
P. Auguste Renoir: "Muchacha peinándose".

En el 8 de marzo.

En el 8 de Marzo.
CARTA ESCRITA POR UNA MUJER
Desde un lugar de La Tierra, siglo XXI
Querida Desconocida:
Muchos días y muchas noches me separan de tu historia, pero hoy, como ayer, nos entregamos a la vida envueltas en una piel de mariposa, sensibles y con ansias de volar.
A veces miro las montañas inexpugnables del tiempo, que me impiden llegar a ti; entonces cierro los ojos y veo que sonríes con el alba, que te emocionas ante una puesta de sol o soñando con las estrellas. Que era la misma luna la que, noche tras noche, se convertía en confidente de nuestras historias de amor.
Hoy he tenido la dicha de escuchar tu voz: “Llevé la mano sobre el vientre y sentí la vida dentro de mí. Después apoyé la cabeza con agrado sobre el hombro de mi compañero que se mostró complacido. En las noches que siguieron nos sentábamos alrededor del fuego que calentaba la fría y oscura cueva. Pocos sabíamos del pasado y nada del futuro. Simplemente vivíamos”.
En ocasiones te he visto correr descalza, con el cabello desmelenado al viento, bajo la transparencia de tu túnica griega. Jugabas con la blanca espuma, gritando amor. Más tarde, sentí el llanto de la madre desconsolada cuando entregabas a tu hija al susurro de las olas.
Siglo tras siglo he llorado tu dolor y he aplaudido tu rebeldía. ¡Cuánto hemos luchado! Hoy en las puertas del siglo XXI aún pagamos nuestra libertad con lágrimas de sangre. Y de mujer a mujer del siglo XXI también a ti me dirijo, aunque no conozca tu rostro ni sepa tu nombre. Esta noche apagaré la luz y pensaré. Mañana será otro día. Me levantaré temprano, subiré a mi coche viejo y me iré a trabajar como millones y millones de mujeres de todas las ciudades del mundo, marionetas automáticas del gran teatro de la vida bailando un único son, marionetas en un planeta agonizante plagado de ciudades deshumanizadas. Encontraré a mucha gente en mi camino y no tendré a quien saludar. Después
me enfrentaré a los usurpadores de almas, una especie de seres que quieren robar el alma ajena y construirse con ella un paraíso de honestidad que desconocen, porque, al fin y al cabo, ¿qué es una persona sin su alma? Mas yo no dejaré que me roben la mía que tan fielmente está pegada a mi piel, y que por los poros de su inconsciencia, también de su voluntad, rezuma lealtad para con el prójimo y es la herencia que quiero dejar a las generaciones futuras, pues todavía, amiga mía, hoy por hoy, nos mueve la fe. La fe de creer en nuestra condición de mujeres abiertas al futuro, de mujeres que aman y saben ser amadas. ¿No es acaso el amor la rueda mágica que hace girar el mundo? Yo, como tú, me estremezco con los besos de mi amante. He tenido su fresca juventud y gozado con sus palabras de deseo. Ahora tengo el calor de su sonrisa y aún me conmueven sus ojos. Mañana, no lo sé, confío en su mirada.
Y a ti, ¡qué puedo decirte! Hoy he tenido noticias de tu muerte y he sentido la fuerza de lo imposible, pero no me resigno a cerrar la puerta. Sé que seguimos soñando. Tú allí, desde tu cielo; yo aquí, rodeada de esperanza, hasta que un día nos encontremos de nuevo en el silencio de la noche.
En fin, en este maremagnum de sorpresas que supone vivir día a día, en este universo de ayer y hoy, todas somos mujeres de carne y hueso con el alma tan blanca como la aurora que cada amanecer nos tiende su mano.
Mi recuerdo siempre para ti, querida desconocida.
Una mujer del siglo XXI
P.D.: Recuerda que tú, como yo, donde quiera que esté tu hogar o tu tiempo, siempre serás “la que lucha, la que sueña, la que llora y sabe despertar, la que presta su mejilla a los besos del amor, la que remonta con alas de violeta el sueño de la vida”.
Ana Herrera


Y así, de rincón en rincón, terminaba las historias que tanto la embobaban... Y ella amaba las noches de luna llena porque le recordaban los calurosos veranos de su adolescencia: el silencio de la tierra, el canto de los grillos, las risas de la gente.
Ana Herrera
http://abaadjamaliya.com/compendio-de-la-consolatio-a-helvia-de-lucio-anneo-seneca/

viernes, 4 de marzo de 2016

miércoles, 2 de marzo de 2016

ABDERRAMÁN III Y AZAHARA.
Fragmento de "El tren de los tiempos". En "Una mujer, una historia", Ediciones Alfar.
¡Qué bellos momentos! Rápido, viejo tren, tendremos que dar un salto de siglos, siento que alguien necesita consuelo. Andén siglo X, esplendor del Califato. Mira, es la hermosa Azahara. Reluce entre los mármoles y jaspes, transparentes como el cristal, del Salón del Trono. Ahora cruza la puerta de bronce bruñido que comunica entre sí las lujosas estancias del palacio y corre entre las columnas de marfil y ébano incrustadas de oro y piedras preciosas. Pasea melancólica para complacer su ánimo con las hermosas melodías que suenan en las fuentes y acequias del jardín.
-¡Oh, hermosa Azahara, veo cierta tristeza en tu rostro! ¿Acaso no fuiste feliz en este bello palacio que tu amante construyó para ti?
-El día que la comitiva de bellas esclavas, eunucos y mulos ricamente enjaezados, cargados con grandes tesoros, entró en el patio de los naranjos de la Gran Aljama, sólo unos ojos negros y brillantes llamaron poderosamente su atención. Así me lo confesó después. Yo era una de esas esclavas que formaba parte de la ofrenda del emir de Granada al califa de Córdoba. Cuando él me vio se acercó a mí. “¿Quién eres mujer?” “¿Cómo te llamas?” “Azahara, mi señor”. Desde ese día Abderramán no dejó de amarme. Me convertí en su favorita y todo lo que yo pedía era poco para ponerlo a mis pies. “Deseo que construyas para mí una ciudad que lleve mi nombre y que sea de mi propiedad”. Acababan de volver los emisarios de las tierras del norte con la noticia de que no habían encontrado prisioneros de guerra, a los cuales debían rescatar con la herencia de una de sus concubinas, muerta hacía poco, y entonces él se afanó por cumplir mi deseo.
-Puso tu efigie en la puerta principal y a la ciudad la llamó Medina Azahara. Fue el más poderoso de todos. Así lo cuenta la historia. Debió ser un orgullo para ti que compartiera su vida contigo.
-“Ni con todo tu imperio y tu poder podrías conseguir lo que yo quiero”, le respondí aquel día que me preguntó, y aún recuerdo sus tiernas palabras: “¿Qué te ocurre, mi amor?”. Después le dije: “Oh, mi señor, ¿no ves la hermosura de esta muchacha (la ciudad) en el regazo de aquel negro etíope (la montaña)?”. Entonces él ordenó que cortasen los árboles y plantasen todo de higueras y almendros.
-No sigas, ya recuerdo la leyenda. La llamaron la Montaña de la Novia.
-Él sólo quería que fuesen para mí como aquellas Sierras de Elvira, cubiertas de nieve, que yo contemplaba en mi infancia y que nunca pude arrancar de mi corazón. Sólo quería que fuéramos felices.
-No te atormentes. Él fue el más feliz contigo. Mira, mira la claridad de la fuente.
La tarde es apacible. El viento sopla ligeramente sobre las ramas del jardín. Reclinado en el diván de su terraza, Abderramán III contempla el Monte de la Amada, cubierto de almendros en flor, que en esta época del año, por primavera, se viste de blanco como una novia. Ahora, que es un anciano solitario, vienen a su memoria los recuerdos de otros días más felices junto a la bella Azahara, y en sus labios se dibuja una sonrisa de consuelo.
Poco a poco las imágenes se van perdiendo, viejo tren, en la transparencia de los mármoles y del agua, tal como han llegado, y las voces de los habitantes del palacio quedarán para la eternidad entre sus viejos muros de piedra. Pero ha sido preciso nuestro viaje para que Azahara se sienta consolada con la imagen de su amante.


¿De qué quieres que hablemos hoy?

De la Lluvia, que aviva la melancolía del ayer.