Aquella tarde salió de su casa y bajó la calle sin prisas, como alguien a quien le gusta caminar disfrutando de la luz, del aire, de la gente. Él venía en sentido contrario. Al cruzarse, se miraron largamente, en silencio, y se dirigieron una amplia sonrisa. Aunque no pronunciaron palabra, se lo dijeron todo en aquellos cortos segundos.
Ana Herrera
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