ABDERRAMÁN III Y AZAHARA.
Fragmento de "El tren de los tiempos". En "Una mujer, una historia", Ediciones Alfar.
Fragmento de "El tren de los tiempos". En "Una mujer, una historia", Ediciones Alfar.
¡Qué bellos momentos! Rápido, viejo tren, tendremos que dar un salto de siglos, siento que alguien necesita consuelo. Andén siglo X, esplendor del Califato. Mira, es la hermosa Azahara. Reluce entre los mármoles y jaspes, transparentes como el cristal, del Salón del Trono. Ahora cruza la puerta de bronce bruñido que comunica entre sí las lujosas estancias del palacio y corre entre las columnas de marfil y ébano incrustadas de oro y piedras preciosas. Pasea melancólica para complacer su ánimo con las hermosas melodías que suenan en las fuentes y acequias del jardín.
-¡Oh, hermosa Azahara, veo cierta tristeza en tu rostro! ¿Acaso no fuiste feliz en este bello palacio que tu amante construyó para ti?
-El día que la comitiva de bellas esclavas, eunucos y mulos ricamente enjaezados, cargados con grandes tesoros, entró en el patio de los naranjos de la Gran Aljama, sólo unos ojos negros y brillantes llamaron poderosamente su atención. Así me lo confesó después. Yo era una de esas esclavas que formaba parte de la ofrenda del emir de Granada al califa de Córdoba. Cuando él me vio se acercó a mí. “¿Quién eres mujer?” “¿Cómo te llamas?” “Azahara, mi señor”. Desde ese día Abderramán no dejó de amarme. Me convertí en su favorita y todo lo que yo pedía era poco para ponerlo a mis pies. “Deseo que construyas para mí una ciudad que lleve mi nombre y que sea de mi propiedad”. Acababan de volver los emisarios de las tierras del norte con la noticia de que no habían encontrado prisioneros de guerra, a los cuales debían rescatar con la herencia de una de sus concubinas, muerta hacía poco, y entonces él se afanó por cumplir mi deseo.
-Puso tu efigie en la puerta principal y a la ciudad la llamó Medina Azahara. Fue el más poderoso de todos. Así lo cuenta la historia. Debió ser un orgullo para ti que compartiera su vida contigo.
-“Ni con todo tu imperio y tu poder podrías conseguir lo que yo quiero”, le respondí aquel día que me preguntó, y aún recuerdo sus tiernas palabras: “¿Qué te ocurre, mi amor?”. Después le dije: “Oh, mi señor, ¿no ves la hermosura de esta muchacha (la ciudad) en el regazo de aquel negro etíope (la montaña)?”. Entonces él ordenó que cortasen los árboles y plantasen todo de higueras y almendros.
-No sigas, ya recuerdo la leyenda. La llamaron la Montaña de la Novia.
-Él sólo quería que fuesen para mí como aquellas Sierras de Elvira, cubiertas de nieve, que yo contemplaba en mi infancia y que nunca pude arrancar de mi corazón. Sólo quería que fuéramos felices.
-No te atormentes. Él fue el más feliz contigo. Mira, mira la claridad de la fuente.
-¡Oh, hermosa Azahara, veo cierta tristeza en tu rostro! ¿Acaso no fuiste feliz en este bello palacio que tu amante construyó para ti?
-El día que la comitiva de bellas esclavas, eunucos y mulos ricamente enjaezados, cargados con grandes tesoros, entró en el patio de los naranjos de la Gran Aljama, sólo unos ojos negros y brillantes llamaron poderosamente su atención. Así me lo confesó después. Yo era una de esas esclavas que formaba parte de la ofrenda del emir de Granada al califa de Córdoba. Cuando él me vio se acercó a mí. “¿Quién eres mujer?” “¿Cómo te llamas?” “Azahara, mi señor”. Desde ese día Abderramán no dejó de amarme. Me convertí en su favorita y todo lo que yo pedía era poco para ponerlo a mis pies. “Deseo que construyas para mí una ciudad que lleve mi nombre y que sea de mi propiedad”. Acababan de volver los emisarios de las tierras del norte con la noticia de que no habían encontrado prisioneros de guerra, a los cuales debían rescatar con la herencia de una de sus concubinas, muerta hacía poco, y entonces él se afanó por cumplir mi deseo.
-Puso tu efigie en la puerta principal y a la ciudad la llamó Medina Azahara. Fue el más poderoso de todos. Así lo cuenta la historia. Debió ser un orgullo para ti que compartiera su vida contigo.
-“Ni con todo tu imperio y tu poder podrías conseguir lo que yo quiero”, le respondí aquel día que me preguntó, y aún recuerdo sus tiernas palabras: “¿Qué te ocurre, mi amor?”. Después le dije: “Oh, mi señor, ¿no ves la hermosura de esta muchacha (la ciudad) en el regazo de aquel negro etíope (la montaña)?”. Entonces él ordenó que cortasen los árboles y plantasen todo de higueras y almendros.
-No sigas, ya recuerdo la leyenda. La llamaron la Montaña de la Novia.
-Él sólo quería que fuesen para mí como aquellas Sierras de Elvira, cubiertas de nieve, que yo contemplaba en mi infancia y que nunca pude arrancar de mi corazón. Sólo quería que fuéramos felices.
-No te atormentes. Él fue el más feliz contigo. Mira, mira la claridad de la fuente.
La tarde es apacible. El viento sopla ligeramente sobre las ramas del jardín. Reclinado en el diván de su terraza, Abderramán III contempla el Monte de la Amada, cubierto de almendros en flor, que en esta época del año, por primavera, se viste de blanco como una novia. Ahora, que es un anciano solitario, vienen a su memoria los recuerdos de otros días más felices junto a la bella Azahara, y en sus labios se dibuja una sonrisa de consuelo.
Poco a poco las imágenes se van perdiendo, viejo tren, en la transparencia de los mármoles y del agua, tal como han llegado, y las voces de los habitantes del palacio quedarán para la eternidad entre sus viejos muros de piedra. Pero ha sido preciso nuestro viaje para que Azahara se sienta consolada con la imagen de su amante.
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