En la batalla
de Lepanto se encuentra enfermo de calenturas y lo retiran debajo de cubierta
por no encontrarse en condiciones de pelear, pero él rehusó a ser retirado
manifestando “que más quería morir peleando por Dios y por su rey, que su salud” y pidiendo además a su
capitán “que le pusiese en la parte y lugar que fuese más peligroso, y allí
estaría y moriría peleando”. Se le destino al lugar de más peligro.
Recibió dos arcabuzazos en el pecho y otro en la mano izquierda que le quedó
inútil para siempre “Para mayor gloria de la diestra”, como él mismo solía decir.
Pasó a ser conocido como el Manco de Lepanto. De tales heridas siempre se
enorgulleció Cervantes, lo que le llevó a decir en la segunda parte del
Quijote: “Si me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme
hallado en aquella acción prodigiosa, que sano ahora de mis heridas sin haberme
hallado en ella” agregando “que las heridas que el soldado muestra en
el rostro y en el pecho, estrellas son que guían a los demás al cielo de la
honra”, y denominándola como “La más alta ocasión que vieron los
siglos”.
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