lunes, 27 de abril de 2015

HIDALGOS DE LA MANCHA CUATROSCIENTOS AÑOS DESPUÉS

“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor…”
En cierta ocasión me dijo un amigo que él leía para ser libre. Otro me comentaba que las palabras brotan donde hay sentimiento y vida. Una de mis mejores amigas se confesaba adicta a la lectura. Yo, por mi parte, creo compartir con muchos de ustedes la opinión de que la escritura fue el invento mágico de la humanidad, y que el libro es un puente entre el pasado y el futuro, que nos hace llegar allí donde se cierra la puerta del tiempo. Si recordamos la frase de Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi conocimiento”, también coincidirán conmigo en que es precisamente el libro el que ensancha estos límites. En una página de internet aparecía la siguiente información: “Si leemos un libro por semana, sólo leeremos unos pocos de miles a lo largo de nuestra vida, una décima de un uno por ciento del contenido de las mejores bibliotecas de nuestra época”. Por ello, hoy, en mi humilde condición de amante de la lectura, les voy a recomendar un libro que recientemente ha vuelto a caer entre mis manos y que está en boca de todos. En este que se nos conforma como un año cervantino, los españoles y la humanidad entera tenemos el orgullo de conmemorar los cuatrocientos años, desde la publicación en Madrid, en el año de 1615, de la segunda parte de “El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la mancha”, y poder reconocer a su autor, Miguel de Cervantes Saavedra, “Príncipe de los Ingenios”, como la pluma más brillante del mundo, si hablamos en prosa, digno de ocupar el podium de los grandes junto a nombres tan ilustres como los del gran poeta ciego Homero o del insigne dramaturgo inglés Shakespeare. Y por eso, nada mejor que emprender la grata tarea de leer el Quijote aquellos que aún no lo hayan hecho, o releerlo aquellos que hace tiempo lo tuvimos en nuestras manos, pues como decía el gran escritor José Bergamín “El Quijote debe ser leído y releído”.
Nadie como Cervantes, un espíritu único y libre, para crear el espíritu de su personaje incomparable, su alter ego, diríamos hoy, entregado a la lucha contra las adversidades, a la lucha por la justicia, por el bien, por el amor, y por el valor supremo cervantino, la libertad, causas todas tan nobles.
El Quijote será un verdadero paseo por los caminos de la condición humana universal y atemporal. En opinión de la crítica, tan grande es el Quijote como “La Biblia”, “Las mil y una noches”, “La Ilíada”, “El Ramayana”, “El Libro de los muertos”, “Guerra y Paz”, “Fausto”, y pocos más, títulos todos que parecen obra de dioses, más que de humanos.
Sí, dirán ustedes, el Quijote es sólo una novela. Salvo, claro está, como aparece escrito en el prólogo de una de las numerosísimas ediciones que se han hecho del Quijote, desde su publicación, salvo, claro está, que es la mejor novela que se ha escrito en el mundo, en todos los idiomas, a lo largo de todas las generaciones y en todos los tiempos. Por eso, léanlo, lean el Quijote y verán, además las maravillas que Cervantes hizo con el idioma. 
Para concluir voy a retomar unas palabras que Cervantes decía sobre sí mismo y en su afán de ser un gran poeta:

Yo que siempre trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta 
la gracia que no quiso darme el cielo.

Seguramente el cielo no le dio la gracia de ser excelente poeta, como al exquisito Garcilaso de la Vega, el “Príncipe de los poetas españoles” y su poeta favorito, ni tampoco le dio la gracia de ser un excelente dramaturgo, como a Lope de Vega, a quien él mismo llamaba “Monstruo de la naturaleza”, pero el cielo le dio la gracia de ser el mejor prosista del mundo, “Príncipe de los Ingenios”, el mejor novelista que han conocido los tiempos. Así pues, gocemos con sus palabras:
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor…”
Y como diría Cervantes: “Y con esto, Dios te dé salud y a mí no olvide”.

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