Fragmento: "El tren de los tiempos" en "Una mujer, una historia" de Ediciones Alfar. La protagonista viaja en un tren que va parando en andenes temporales y conversa con los personajes de la historia. Hoy nos lleva hasta la India para conocer a Mumtaz Mahal y Shah Jahan.
Detente, viejo tren. 1653, ¿no escuchas esos lamentos?
-Ella insistió en acompañarme a Burhampur durante la campaña militar, y allí nació nuestro decimocuarto hijo. El parto se complicó y Mumtaz murió en aquella triste hora, dejándome en el desconsuelo más amargo.
-Piensa en los momentos bellos que viviste a su lado, y no te atormentes con el poder de los recuerdos. Llegará el día en que estaréis juntos para siempre. Confía en las palabras de una incansable viajera.
-Desde que la conocí quedé prendado de su belleza, y no hubo descanso en mi corazón enamorado hasta que se convirtió en mi querida esposa. Nos amamos con una pasión desenfrenada que iba más allá de los límites del deseo. Los olores a esencias del aposento, nuestros cuerpos embadurnados en las más ricas mieles o en los sabores más exóticos, los besos ardientes que se desprendían de sus labios, hicieron de aquellos años los más felices de nuestras vidas, entregados por completo a los placeres del amor. Caminaba dos horas diarias para mantenerse hermosa a mis ojos. También su inteligencia era brillante; no faltaba un consejo suyo en mis asuntos de gobierno. Después de su muerte, tanto era mi dolor, que mis cabellos y mi barba se volvieron del blanco de la aurora, y desde este ventanal del Gran Fuerte Rojo, donde mi hijo me tiene confinado, contemplo cada día su tumba, ese palacio majestuoso que ella me pidió que le construyera. A orillas del río Yamuna, entre los más refinados mármoles y piedras preciosas, sigue viva nuestra gran historia de amor.
Así lo dijo Tagore, viejo tren, el Taj Mahal, “Una lágrima en la mejilla del tiempo”.
-Ella insistió en acompañarme a Burhampur durante la campaña militar, y allí nació nuestro decimocuarto hijo. El parto se complicó y Mumtaz murió en aquella triste hora, dejándome en el desconsuelo más amargo.
-Piensa en los momentos bellos que viviste a su lado, y no te atormentes con el poder de los recuerdos. Llegará el día en que estaréis juntos para siempre. Confía en las palabras de una incansable viajera.
-Desde que la conocí quedé prendado de su belleza, y no hubo descanso en mi corazón enamorado hasta que se convirtió en mi querida esposa. Nos amamos con una pasión desenfrenada que iba más allá de los límites del deseo. Los olores a esencias del aposento, nuestros cuerpos embadurnados en las más ricas mieles o en los sabores más exóticos, los besos ardientes que se desprendían de sus labios, hicieron de aquellos años los más felices de nuestras vidas, entregados por completo a los placeres del amor. Caminaba dos horas diarias para mantenerse hermosa a mis ojos. También su inteligencia era brillante; no faltaba un consejo suyo en mis asuntos de gobierno. Después de su muerte, tanto era mi dolor, que mis cabellos y mi barba se volvieron del blanco de la aurora, y desde este ventanal del Gran Fuerte Rojo, donde mi hijo me tiene confinado, contemplo cada día su tumba, ese palacio majestuoso que ella me pidió que le construyera. A orillas del río Yamuna, entre los más refinados mármoles y piedras preciosas, sigue viva nuestra gran historia de amor.
Así lo dijo Tagore, viejo tren, el Taj Mahal, “Una lágrima en la mejilla del tiempo”.
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