Fragmento. En "El tren de los tiempos" hoy viajamos hacia la Prehistoria. En "Una mujer, una historia". Ediciones Alfar.
Mi vientre se hinchaba cada día más y hacía tanto frío. También la comida empezaba a ser escasa.
Miró con ansiedad hacia el horizonte. Antes de partir se dirigió hacia mí, acarició suavemente mi mejilla con su ruda mano y se marchó. Yo grité en un adiós desesperado.
Las temperaturas eran tan bajas que tuvieron que protegerse con las pieles que nosotras habíamos curtido. Llevaban piedras tan afiladas que ni el más fiero de los animales que persiguieran se resistiría a su empaque. Caminaron durante días y durante noches, y dormían si se encontraban cansados. Estaban al borde del desconsuelo cuando el jefe de la tribu les advirtió de un lejano ruido que por segundos se hacía más fuerte y estrepitoso: una manada de mamuts avanzaba hacia el desfiladero. Sus ojos se llenaron de alegría. El estrecho valle sería el lugar ideal para la caza. La enorme piedra, que entre todos consiguieron mover desde la altura, cayó encima de una de las hembras de la manada, que se derrumbó en el suelo sin fuerzas, mientras el resto del grupo corría despavorido huyendo del peligro.
Apoyé la mano sobre el vientre y sentí la vida dentro de mí. Se acercaba la hora en que daría a luz y confiaba en que para entonces ya habrían regresado los hombres. No pasaron muchas lunas antes de ver cumplido mi deseo. Comimos y reímos hasta caer rendidos. Dejé reposar la cabeza con agrado sobre el hombro de mi compañero que se mostró complacido.
En las noches que siguieron nos sentábamos alrededor del fuego que calentaba la fría y oscura cueva. Poco sabíamos del pasado y nada del futuro, simplemente vivíamos.
Miró con ansiedad hacia el horizonte. Antes de partir se dirigió hacia mí, acarició suavemente mi mejilla con su ruda mano y se marchó. Yo grité en un adiós desesperado.
Las temperaturas eran tan bajas que tuvieron que protegerse con las pieles que nosotras habíamos curtido. Llevaban piedras tan afiladas que ni el más fiero de los animales que persiguieran se resistiría a su empaque. Caminaron durante días y durante noches, y dormían si se encontraban cansados. Estaban al borde del desconsuelo cuando el jefe de la tribu les advirtió de un lejano ruido que por segundos se hacía más fuerte y estrepitoso: una manada de mamuts avanzaba hacia el desfiladero. Sus ojos se llenaron de alegría. El estrecho valle sería el lugar ideal para la caza. La enorme piedra, que entre todos consiguieron mover desde la altura, cayó encima de una de las hembras de la manada, que se derrumbó en el suelo sin fuerzas, mientras el resto del grupo corría despavorido huyendo del peligro.
Apoyé la mano sobre el vientre y sentí la vida dentro de mí. Se acercaba la hora en que daría a luz y confiaba en que para entonces ya habrían regresado los hombres. No pasaron muchas lunas antes de ver cumplido mi deseo. Comimos y reímos hasta caer rendidos. Dejé reposar la cabeza con agrado sobre el hombro de mi compañero que se mostró complacido.
En las noches que siguieron nos sentábamos alrededor del fuego que calentaba la fría y oscura cueva. Poco sabíamos del pasado y nada del futuro, simplemente vivíamos.
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