Fragmento. "Walläda. Una historia de amor". En "Una mujer, una historia", ediciones Alfar.
Y allí, en el palacete, una noche lo conocí a él, pero eso fue gracias a mis veladas poéticas. Cada anochecer abría las puertas de mi palacio y todos los nobles y poetas de la ciudad asistían a mi salón para rivalizar entre ellos con sus brillantes versos. Zaydûn se convirtió en uno de los poetas más ilustres de la ciudad de Córdoba, y a mí me conquistó de un golpe con su poderosa elocuencia, pero también con la hermosura de su rostro seductor y su vigoroso cuerpo, enfundado en aquellas amplias túnicas blancas. ¡Era tan joven y tan hermoso! La primera vez que lo vi estuve a punto de perder la conciencia, enajenada ante la magia que desprendían sus gestos y sus palabras. El no paraba de mirarme a mí y el rubor encendía todos los poros de mi piel. Después descubrí que era el autor de unas cartas anónimas en las que un extraño personaje me declaraba incesantemente su amor. En una ocasión nos miramos frente a frente con nuestros versos y rivalizamos ante los tertuliamos del salón, pero después, después fue maravilloso, nos encontramos en la intimidad de mis aposentos y comenzamos nuestra historia de amor. Cada madrugada, rodeados por el olor de las adelfas y las rosas del huerto, nos entregábamos a una pasión abierta, desnuda, que nos hacía crecer como amantes. Sus besos y sus caricias eran para mí como un paseo por el cielo. El cálido roce de su piel sobre mi piel estremecía mis sentidos al punto que podía haber perecido entre sus brazos presa de la emoción más ardiente. Y una noche tras otra, la gigantesca luna anaranjada que se erguía solitaria al respaldo de las nubes se convertía en testigo mudo de nuestro placer. Después, en la penumbra de la terraza, nos refrescábamos con el dulce sabor del nabid, te quiero, Walläda, amada mía, jamás pensé que podría amar así a una mujer, susurraba Zaydûn tiernamente en mis oídos sobrecogido de emoción, y yo…, aún parece que lo estoy escuchando, yo entonces le contestaba temblando de deseo, ven, amor mío, acércate, riega tus labios en mis labios con el dulce nabid que sella nuestras horas de pasión, esta noche y todas las noches que me queden por vivir las pondré a tus nobles pies, mi amada princesa, antes de amarte como ahora te amo, con el cuerpo y con el alma, escribí estos versos para ti, mi deseo se ha hecho, por fin, realidad, ¡cuánto amor me trae la noche!
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